Otoño

"Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día…

¡esas… no volverán!". Gustavo Adolfo Bécquer

Este otoño estoy paseando quizá más que ningún otro. Contemplo las hojas amarillas, marrones, verdes, rojizas y naranjas de los árboles, que caen día tras día, llenando el suelo con cada nuevo paseo, y me asombro de la belleza que embriaga todo, como si emborrachara a los viandantes, que hacen entusiasmados el mismo recorrido que yo, armados con las cámaras de fotos de sus teléfonos móviles y las zapatillas de deporte de rigor, como atuendo necesario de este otoño lluvioso de pandemia mundial.

Y quizá ahora mismo esté en una estación otoñal en mi maternidad, un otoño de los muchos que seguro va a haber en esta aventura de ser mamá, por eso me siento tan mimetizada con los árboles cada vez más desnudos, los días cada vez más cortos y el tiempo, poco a poco, cada vez más fresco. 

Hace ya algunos años que, antes de irme a Kenia siguiendo a mi marido por su nuevo proyecto profesional (y que resultó ser en realidad el proyecto más personal para ambos), una amiga verbalizó algo que seguro pensaba mucha más gente de mi entorno: "no quiero que te conviertas en una mujer florero". Aquella persona dejó de ser mi amiga al poco tiempo, porque no estaba muy segura de que me conociese realmente, pero no hice lo mismo con todas las personas que pensaban como ella...que estoy segura de que fueron muchas: ¿qué iba a hacer yo nada más que seguir a un hombre, ¡¡a un hombre!! hasta los confines del mundo? 

Nuestra generación está plagada de mujeres independientes que no necesitan atarse a ninguna relación más que profesional que realmente valga la pena y las merezca. Hasta hace poco yo también era presa de ese pensamiento y tan mal me ha hecho sentir durante todos estos meses en los que tengo entre manos muchas cosas, pero en lo que ejerzo actualmente es en ser ama de casa.

Fui la primera de los primos (y no soy la mayor) en ir a la Universidad, en licenciarme, en hacer un Erasmus, en trabajar de lo que había estudiado, en casarme teniendo un buen trabajo... y todas estas metas a las que he llegado han conseguido asimilar en mí misma ciertas creencias erróneas con las que tanto me he dañado en los últimos tiempos. Las amigas que he hecho desde que soy mamá me cuentan que aman estar con sus bebés, pero que han mejorado como personas y como mamás cuando se han vuelto a incorporar a trabajar después de meses de excedencia (son mamás que han tenido la suerte de poder estar de baja de maternidad bastante más tiempo que los irrisorios cuatro meses "concedidos" por el Estado español). Ama de casa, me ha costado tanto asimilarlo que considero que aún tengo problemas al decírmelo a mí misma: ama de de casa. Pues sí, me convertí en esa mujer florero que ya vaticinó mi amiga, aunque sea una mujer florero que hace malabares para que el ritmo de mi familia y de mi casa siga sonando sin desafinar demasiado, a la vez que se saca una nueva carrera universitaria para llegar a trabajar en algo que realmente me apasione (¿existirá eso?).

Me he regañado mucho a mí misma, por empezar la casa por el tejado; admito que he pagado mi frustración con otros (probablemente con los que menos lo merecían) y me he sentido tan perdida que me cuesta encontrarme. Una amiga me dijo una vez: "a ti te pasa lo mismo que a mí, que la maternidad te remueve". Y en cierto modo, como afirma Laura Gutman y siempre y cuando dejes que la maternidad te embauque, te atrape y te ponga del revés, puedo decir que sí, que me remueve. Me he encontrado de frente con mi sombra, yo, que tantas veces al leer su libro me preguntaba que qué era eso de "la propia sombra", solo que estaba tapada por lo que yo creía que era mi resplandor (presuntuosa). 

Es difícil ser ama de casa cuando has cursado estudios universitarios, un máster con vistas a preparar un doctorado, has preparado durante dos años las oposiciones a la carrera diplomática, has dejado trabajos por otros que creías mejores, pero, sobre todo, cuando has interiorizado como un mantra que tu no valías para ser ama de casa porque ese no era tu destino. A ver, todos somos en cierto modo trabajadores de nuestro propio hogar: cocinando nuestras comidas, limpiando nuestros hogares, fregando nuestros cacharros y planchando nuestra ropa...y no pongo en duda la validez de un trabajo que requiere tanto mérito como cualquier otro. Pero ¿qué pasa con Kamala Harris y los techos de cristal? En la mente de muchas mujeres que rondan y pertenecen a mi generación se espera eso de nosotras: estudios, trabajos buenos y bien remunerados, reconocimiento social y la independencia de cualquier hombre. Esto es que, a los ojos de la sociedad y de mis creencias internas, yo... he fracasado. A pesar de que, quizá no ya la misma Kamala Harris, pero sí otras Kamalas Harris más cercanas estén también casadas, con hijos y tengan que pensar qué comprar en el supermercado para el menú de comidas semanal de la familia, si es que lo hacen.

Por favor señoras, bajemos la exigencia, nunca demos nada por supuesto y sigamos avanzando.

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